El cuidado cardiovascular de los pacientes con cáncer no es una preocupación nueva. Fue la razón de que nacieran los primeros equipos de cardio-oncología, que surgieron tras la mejora de los tratamientos oncológicos. Con ellos creció el número de pacientes que empezaron a curarse o a vivir bastante más tiempo, pero también fue entonces cuando se empezó a ver que en un porcentaje considerable de esos pacientes aparecían complicaciones cardiovasculares con un impacto muy importante en la mortalidad.

Desde entonces, los equipos de cardio-oncología trabajan para evitar esas complicaciones obteniendo buenos resultados: se ha comprobado que si durante el tratamiento contra el cáncer se hace una monitorización cardiovascular específica, se reduce de forma muy importante el riesgo de tener complicaciones. Y si aparecen, como se diagnostican en una etapa más precoz, tienen mejor pronóstico. “Ese es el objetivo de los equipos de cardio-oncología: hacer una valoración conjunta con la que minimizar los posibles efectos del tratamiento onco-hematológico en la salud cardiovascular”, explica la cardióloga Teresa López-Fernández.
Como señala esta doctora de la Unidad de Cardio-Oncología del Hospital Universitario La Paz, “el cáncer y la enfermedad cardiovascular comparten varios factores de riesgo: ambas patologías son más frecuentes por encima de los 65 años, en pacientes fumadores, personas que llevan una vida sedentaria, y también en presencia de otros factores de riesgo como la obesidad, la diabetes, la hipercolesterolemia o la hipertensión arterial”, dice la doctora López Fernández, que añade que los pacientes con más de 65 años están en una edad de riesgo cardiovascular moderado-alto y cuando se hace el primer diagnóstico de cáncer al menos uno de cada tres ya tienen o enfermedad cardiovascular o factores de riesgo asociados a ella. “Esa población es precisamente la que tiene más riesgo de desarrollar complicaciones por los tratamientos oncológicos. Pero esos posibles riesgos no significan que no se pueda dar el tratamiento sino que los equipos de cardio-oncología deben trabajar juntos para ver, dentro de las características del paciente y del tumor, cuál es la mejor alternativa”, afirma.

La alimentación y el ejercicio, dos pilares

Además de las medidas que toma el personal sanitario de las unidades de cardio-oncología para que el tratamiento oncológico no pase factura al corazón del paciente, este debe tener presente que la práctica de ejercicio físico es clave para su recuperación. “Hasta hace unos años se pensaba que si un paciente estaba recibiendo quimioterapia tenía que reposar, pero no es así. Hacer de forma regular una actividad física al menos moderada – aunque si es intensa, mejor-, reduce drásticamente los efectos secundarios a medio y largo plazo de los tratamientos oncológicos, aparte de que ayuda a que el paciente tenga menos depresión y tolere mejor el dolor y los tratamientos. En algunas fases del tratamiento aparecen problemas extra cardíacos que limitan la capacidad de ejercicio, pero el concepto es huir en lo posible del sofá y potenciar un estilo de vida lo más activo posible”, señala la doctora Teresa López-Fernández, quien añade que si el paciente tiene alguna cardiopatía u otra limitación, se hará una valoración exhaustiva para orientarle acerca de cuáles son las actividades físicas recomendadas. “Pero no hay un límite por el hecho de recibir un tratamiento, el límite está en la capacidad funcional que tenga el paciente”, aclara.
La alimentación es igualmente básica. Intentar vigilar las grasas saturadas así como la cantidad de azúcares que entran en la dieta y procurar que la mayoría de las grasas sean en forma de aceite de oliva o ácidos grasos poliinsaturados es otra de las recomendaciones básicas.
Fuente: Fundación Española del Corazón