Controlar los factores de riesgo que provocan la enfermedad cardiovascular es la mejor forma de combatirla, dicen los expertos, y hacerlo está en nuestros manos. En especial en el caso de la enfermedad cardiometabólica, que la literatura científica define como la provocada por los factores de riesgo llamados metabólicos.

Estos son la obesidad abdominal, la hipertensión arterial, niveles altos de triglicéridos, niveles bajos de colesterol-HDL -el llamado colesterol “bueno”- y el “azúcar” en sangre (glucemia)  por encima de las cifras recomendadas. La presencia de al menos tres de estos cinco factores se conoce como síndrome metabólico, y su base fisiopatológica se relaciona con la resistencia a la insulina y en muchos casos evoluciona a diabetes tipo 2.

Al hablar de las consecuencias del síndrome metabólico no solo estamos tratando las cardiopatías. Entre esas posibles consecuencias también se incluyen patologías como el ictus, la insuficiencia renal o el hígado graso, todos ellos consecuencia de las alteraciones metabólicas, trombóticas e inflamatorias presentes en estos pacientes, en los que predomina la obesidad y las alteraciones de la glucemia. De ahí que combatir estos dos factores de riesgo sea crucial.

Obesidad y niveles altos de azúcar en sangre

¿Qué se considera obesidad? Si tomamos como referencia el índice de masa corporal (IMC) -que se calcula dividiendo el peso en kilogramos entre el cuadrado de la estatura en metros-, obesidad sería un resultado mayor o igual a 30, mientras que sobrepeso se considera cualquier cifra entre 25 y 29.9 al realizar este cálculo. En España, más del 20% de la población entre 25 y 64 años tiene obesidad y el 40% tiene sobrepeso. Y si hablamos de obesidad abdominal, que se da cuando el perímetro de la cintura es superior a 102 centímetros en hombres y mayor o igual a 88 centímetros en mujeres, la prevalencia supera el 30%.

Controlar la obesidad abdominal es importante ya que la grasa localizada a nivel abdominal produce una gran liberación de sustancias proinflamatorias que provocan resistencia a la insulina, lo que influye en la aparición de los otros factores que integran el síndrome metabólico y propicia el desarrollo de diabetes tipo 2. De hecho, 8 de cada 10 pacientes con diabetes tipo 2 son obesos, por lo que sufren “diabesidad”, un término que se utiliza cuando coinciden sobrepeso u obesidad y diabetes.

De ahí que la comunidad científica preste cada vez más atención al riesgo residual metabólico, que depende de la obesidad y la hiperglucemia. Para controlarlo, además de llevar un estilo de vida saludable que incluya seguir la dieta mediterránea baja en calorías y evitar el sedentarismo practicando un mínimo de 30 minutos de ejercicio a diario, sin pasar más de media hora sentados, contamos con la ayuda de fármacos.

Hay dos clases de fármacos diseñados para reducir el nivel de glucemia que han demostrado también beneficio a nivel cardiovascular, independientemente de su efecto en la reducción de la glucosa en sangre. Entre ellos se encuentran los que aumentan la eliminación de glucosa por la orina y reducen la aparición de insuficiencia cardiaca. Otro tipo de fármacos son los que, además de bajar la glucemia, disminuyen las complicaciones ateroscleróticas y provocan pérdida de peso, por lo que también está aprobado su uso en el tratamiento de la obesidad.

Algunos autores califican a estos dos tipos de fármacos como medicamentos cardiometabólicos. Sin embargo, actualmente este último grupo de fármacos que se mencionan está financiado únicamente para el tratamiento de la diabetes mellitus tipo 2 en personas con obesidad (con un IMC igual o mayor de 30Kg/m2) y en terapia combinada con otros antidiabéticos (incluyendo insulina) cuando, junto con la dieta y el ejercicio, no proporcionan un control glucémico adecuado.
Fuente: Fundación Española del Corazón